En cierta ocasión, una excelente pianista actuó ante un nutrido grupo de mujeres. Después, mientras tomaban café, una mujer le dijo a la virtuosa: “Daría cualquier cosa por tocar como usted”.
La mujer que había dado el concierto dio un sorbo a su café y miró fríamente a la matrona, que tenía la cara roja y sudaba un poco. Luego dijo: “¡Oh, no!”.
El silencio se apoderó del grupo, las tazas de café se detuvieron en su camino hacia y desde los platillos, y la sudorosa matrona se retorció de repentina vergüenza. Mirando a su alrededor repitió, pero con voz más suave, su afirmación original: “Yo también daría lo que fuera por tocar el piano como usted”.
La virtuosa siguió sorbiendo su café y meneando la cabeza. “No, no lo harías”, repitió. “Si quisieras, podrías tocar tan bien como yo, posiblemente mejor, posiblemente un poco peor. Darías cualquier cosa por tocar como yo, excepto TIEMPO… excepto lo único que hace falta.
No te sentarías a practicar, hora tras hora, año tras año”. Luego esbozó una cálida sonrisa: “Por favor, entiéndelo”, dijo, “no te estoy criticando. Sólo te digo que cuando dices que darías cualquier cosa por tocar como yo, no lo dices en serio. No lo dices en serio”.
En la pausa que siguió, una servilleta cayendo a la alfombra habría hecho sonar las ventanas. Las mujeres se miran y luego vuelven a mirar sus tazas de café. Se dan cuenta de que esta mujer ha dicho la verdad.
Les gustaría tener su talento ahora, completamente maduro y desarrollado; pero en cuanto a dedicar los veinte años de trabajo incesante que se emplearon en forjarlo… no, eso era harina de otro costal. Pronto se reanudó la conversación y el incidente pasó desapercibido, pero no se olvidó.
La gente siempre está diciendo: “Daría cualquier cosa por…”; pero el hecho es que no lo hacen, dan muy poco, a menudo nada, por hacer las cosas por las que dicen que darían cualquier cosa por hacer.
Los que envidian a las estrellas de cualquier campo deberían darse cuenta de que, en toda la galaxia de los logros, las estrellas son aquellos que no desearon el éxito ociosamente. Entregaron su dedicación, su determinación, sus días y noches, semanas, meses y años a una lucha incesante por mejorar.
Y cuando el talento que han cultivado con tanto esmero durante tanto tiempo empieza a florecer, otros, que tuvieron el mismo tiempo, la misma oportunidad, la misma libertad, se les acercan y les dicen: “Daría lo que fuera por hacer lo que tú estás haciendo, por tener las cosas que tú tienes”. Pero como dijo la pianista: “Sólo te digo que cuando dices que darías cualquier cosa por tocar como yo, realmente no lo dices en serio. No lo dices en serio”.
¿Por qué no convertirse en lo que uno sueña? Cada uno de nosotros tiene el tiempo y la oportunidad. Si decimos que no, quizá nos estemos engañando a nosotros mismos. Con suficiente esfuerzo y perseverancia todos podemos llegar a ser grandes en algo.
A veces parece que hay demasiados espectadores en el juego de la vida y pocos jugadores. Quizá estamos tan ocupados observando el mundo y a los demás que olvidamos que tenemos un mundo propio que ganar.
Ramiro Camiña